Hay personas que, de un día para otro, sienten que han descubierto un “don”. A veces, ese descubrimiento llega acompañado de un aro de luz y un canal en redes sociales. Otras veces, aparece después de una ruptura sentimental, una crisis personal o el auge de alguna moda esotérica del momento. El caso es que, de repente, sienten que ven más allá, que pueden aconsejar, recomendar rituales… y lo más importante: empiezan a influir en vidas reales.

En este artículo quiero hablar de lo que llamo videntes de temporada: personas que, con mayor o menor convicción, se ven a sí mismas como guías o consejeras espirituales, aunque no siempre cuenten con la formación, la experiencia o el respaldo ético necesarios para abordar temas tan delicados. Y cuando se tocan aspectos emocionales, familiares o de salud, los riesgos se multiplican, tanto para quien ofrece el servicio como para quien lo recibe.

No estoy cuestionando la intuición, ni el trabajo de quienes practican técnicas ancestrales desde el respeto y la humildad. Tampoco a quienes llevan años de aprendizaje serio y profundo. El foco aquí está en ese fenómeno creciente de personas que, sin la preparación adecuada, asumen el papel de orientadores espirituales y terminan, a veces sin darse cuenta, provocando más confusión que ayuda.

En mi experiencia, estas personas podrían agruparse en dos perfiles:

  1. Quienes, con plena consciencia, convierten la espiritualidad en un negocio sin respaldo real, guiándose únicamente por el beneficio económico o la búsqueda de visibilidad.
  2. Quienes de verdad creen que cumplen una misión especial, pero que no siempre miden las consecuencias de sus palabras y actos en la vida de otras personas.

En ambos casos puede haber un denominador común: ofrecer consejos o interpretaciones sin tener en cuenta que la persona que está al otro lado puede encontrarse en un momento de gran vulnerabilidad. Un consejo erróneo o una promesa infundada puede generar daños emocionales, familiares o incluso económicos difíciles de reparar.


Un fenómeno amplificado por las redes sociales

Este tipo de figuras siempre han existido, pero en otros tiempos su actividad era más discreta e incluso peligrosa para ellas mismas. En la antigüedad y hasta hace no tanto, las prácticas de adivinación o sanación podían ser mal vistas, perseguidas o castigadas con dureza. Quien decidía ejercerlas lo hacía, muchas veces, desde la clandestinidad, poniendo en riesgo su reputación e incluso su vida.

Hoy el escenario es otro. Las redes sociales han multiplicado las voces y reducido las barreras de entrada: en cuestión de horas, alguien puede pasar de leer un manual básico de tarot a abrir un perfil ofreciendo consultas. Y la inmediatez digital hace que un mensaje, acertado o no, pueda llegar a miles de personas en un instante.

El problema no es la tecnología, sino su uso sin conciencia. Un directo improvisado en redes, una publicación mal interpretada o un consejo dado sin matices puede condicionar decisiones profundas: romper una relación, dejar un empleo, invertir dinero o incluso alterar la forma en que alguien vive un duelo.


El atractivo de “ser guía”

No es raro ver que, junto con la vocación de ayudar, exista también la motivación de obtener ingresos o reconocimiento. La atención que genera un perfil “espiritual” en redes es real: comentarios, seguidores, mensajes privados… todo eso alimenta una sensación de importancia que puede convertirse en adicción. Y cuando esa necesidad de aprobación se mezcla con la influencia sobre personas vulnerables, el riesgo se dispara.

Esto no significa que toda persona que ofrezca orientación espiritual online actúe con mala intención. Sin embargo, manejar asuntos tan sensibles sin preparación suficiente implica un peligro objetivo, aunque no haya malicia. Es la misma lógica que en otros ámbitos: uno no se autoproclama cirujano tras ver un tutorial, ni psicólogo por haber leído un par de libros. Pero en el mundo esotérico, las credenciales y la experiencia suelen pasar a un segundo plano frente al carisma o la estética del perfil.


Consecuencias invisibles

He visto, en más de una ocasión, cómo un comentario hecho a la ligera en una lectura pública podía influir de forma profunda en la vida de alguien. Y no hablo solo de pérdidas económicas. También he visto a personas renunciar a oportunidades, distanciarse de seres queridos o alimentar miedos innecesarios por seguir al pie de la letra lo que alguien les dijo “porque lo vio en las cartas” o “lo sintió en una meditación”.

El gran problema es que estas consecuencias no siempre son visibles para quien las provoca. La persona que ofrece la consulta puede quedarse con la satisfacción de haber “ayudado” sin saber que, en realidad, dejó una semilla de inseguridad o conflicto que crecerá con el tiempo.


Un recordatorio necesario

Por eso, más allá de cualquier juicio personal, es fundamental tomar conciencia de la responsabilidad que implica manejar la confianza y la vulnerabilidad de otras personas. Porque no es un juego. Y aunque las redes sociales faciliten que cualquiera pueda convertirse en “guía” o “vidente” de un día para otro, lo que está en juego son vidas reales, emociones reales y procesos personales muy delicados.

Al final, la cuestión no es si alguien tiene o no un don, sino si está preparado para asumir el peso que supone orientar a otro ser humano. Porque cuando se trata de influir en las decisiones y emociones de los demás, la prudencia, la ética y el respeto deberían ser siempre la verdadera luz que guíe el camino.


📌 Cómo reconocer a un “vidente de temporada”

Si alguna vez te encuentras con alguien que ofrece servicios espirituales, presta atención a estas señales que pueden ayudarte a identificar si estás ante un vidente de temporada:

  1. Promesas absolutas: afirma que puede resolver cualquier problema en poco tiempo o garantiza resultados.
  2. Urgencia y presión: insiste en que debes tomar una decisión ya o pagar de inmediato para “aprovechar una oportunidad”.
  3. Precios elevados sin justificación: cobra tarifas altas sin explicar claramente qué servicio ofrece ni cómo trabaja.
  4. Falta de experiencia comprobable: no puede demostrar formación, trayectoria o referencias fiables.
  5. Dependencia emocional: fomenta que vuelvas constantemente para cada decisión, en lugar de empoderarte para decidir por ti mismo.
  6. Incoherencia en el mensaje: mezcla discursos espirituales con contradicciones evidentes o cambios bruscos de opinión.
  7. Enfoque excesivo en redes sociales: el protagonismo de su imagen o su marca personal parece más importante que la calidad del servicio.

La mejor protección es la información. Antes de poner tu confianza —y tu vida— en manos de alguien, observa, pregunta, contrasta y, sobre todo, confía en tu propio criterio.

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