Cuando los fantasmas se convierten en negocio: la mentira de lo paranormal en redes

Vivimos en una época en la que el espectáculo lo devora todo. Ya no basta con entretener, ahora hay que impactar, asustar, impresionar a cualquier precio. Y en ese camino, muchos han encontrado en el misterio y en el mundo de los espíritus un filón para crear contenido viral. Lo que me preocupa no es que inventen una historia, porque la ficción siempre ha existido y bien contada puede ser maravillosa. Lo que me preocupa es que la vendan como real.

Ese es el límite que nunca deberíamos cruzar. Porque cuando alguien recrea una supuesta investigación en una casa abandonada, con ruidos, sombras y voces que aparecen “justo” cuando la cámara graba, no está aportando absolutamente nada a la parapsicología ni al estudio serio de los fenómenos. Lo que está haciendo es un montaje, puro teatro disfrazado de verdad. Y aunque pueda parecer inofensivo, las consecuencias van mucho más allá del entretenimiento.

El juego peligroso de la sugestión

Cualquiera que haya dedicado un mínimo de tiempo a estudiar la mente humana sabe que la sugestión es poderosa. Una persona sugestionada puede llegar a sentir, ver o escuchar cosas que no existen. Y cuando hablamos de redes sociales, donde millones de niños y adolescentes consumen contenido sin filtro, la responsabilidad debería ser doble.

Un influencer que simula que un espíritu lo arrastra, que una voz lo llama desde la oscuridad o que una silla se mueve sola, no solo está mintiendo. Está inoculando miedo en miles de personas que creen lo que ven. Porque sí, aunque parezca increíble, hay quien no distingue entre una recreación y una investigación real.

Los más pequeños son especialmente vulnerables. La mente de un niño, influenciable por naturaleza, puede generar terrores nocturnos, fobias o ansiedades a raíz de estos vídeos. Y todo porque alguien, sin conocimiento ni preparación, decide que un par de efectos especiales bien montados le darán más likes, más seguidores y más ingresos. ¿Qué ética hay en eso? Ninguna.

¿De verdad entienden lo que es investigar?

La parapsicología, guste o no, lleva décadas intentando hacerse un espacio serio en el terreno del conocimiento. No se trata de grabar cuatro psicofonías y poner cara de susto. Se trata de aplicar método, de contrastar, de no dar por válido nada que no pueda analizarse con rigor.

Pero claro, eso no vende tanto como un vídeo en el que alguien entra en un edificio abandonado y “justo” en el minuto tres aparece una sombra. La investigación real requiere paciencia, tiempo, humildad y, sobre todo, honestidad. Y eso no encaja en la lógica de las redes sociales, donde lo que importa es la inmediatez, el impacto y la monetización.

Muchos de esos creadores de contenido jamás han leído un libro serio de parapsicología, jamás han acompañado a un investigador de verdad, jamás han entendido que este campo no es un espectáculo, sino un terreno complejo donde se entremezclan ciencia, historia, creencias y experiencias humanas.

Cuando el circo sustituye a la espiritualidad

Lo que más me duele es ver cómo convierten a los espíritus en meros juguetes. Como si fueran marionetas dispuestas a aparecer cuando alguien lo necesita para su canal de YouTube o para su directo en TikTok. Se han olvidado de algo esencial: detrás de cada fenómeno puede haber una historia humana.

Quizá ese espíritu fue alguien con una familia, con hijos, con amores y sufrimientos. Quizá atraviesa una situación de vulnerabilidad que desconocemos. Y nosotros, desde aquí, los tratamos como payasos de feria. ¿De verdad ese es el respeto que merecen?

El misterio, lo espiritual, lo invisible, han estado presentes en todas las culturas desde antes que existiéramos. Reducirlo a un espectáculo barato es una falta de decencia y de honradez. Es una traición, no solo a quienes hemos dedicado años a investigar con respeto, sino a la propia memoria de lo humano.

El daño psicológico a los seguidores

A veces se habla mucho de lo que hacen los creadores, pero poco de lo que sufren los seguidores. Porque aquí hay un detalle que no podemos obviar: ellos inventan, pero los demás pagan las consecuencias.

Un adolescente que ve continuamente vídeos falsos de casas embrujadas puede desarrollar creencias irracionales que le acompañen toda su vida. Puede llegar a tener miedos infundados, dormir con la luz encendida, sentir ansiedad en lugares oscuros. Y eso no lo provocó un fenómeno paranormal real, lo provocó una mentira envuelta en espectáculo.

Las víctimas son siempre las mismas: los espectadores. Esos que confían en lo que ven, que creen en lo que se les muestra, y que terminan atrapados en un miedo que nunca debieron tener. ¿Y todo para qué? Para que alguien cobre unos euros más de monetización.

No es cuestión de prohibir, sino de honestidad

Quiero dejar algo muy claro: no estoy en contra de la ficción. No estoy en contra de que alguien cuente una historia inventada de espíritus, de casas encantadas o de apariciones. La ficción es maravillosa, inspira, entretiene y nos conecta con lo desconocido de otra manera.

Lo que critico es que no lo digan. Que disfracen lo inventado como real. Que manipulen al espectador sin advertirle que lo que ve es un montaje. Eso es lo que me parece indigno y lo que debería revisarse con seriedad.

¿Tan difícil es poner un aviso? ¿Decir: “Lo que vais a ver es una recreación ficticia”? Eso no le quitaría seguidores, al contrario: le daría credibilidad. Pero claro, la mentira vende más que la transparencia, y eso es un problema que va más allá de lo paranormal.

La excusa de los que empezaron mintiendo

Algunos dirán: “Bueno, yo empecé inventando, pero ahora me dedico en serio a la investigación”. Puede ser cierto. Quizá recapacitaron, quizá aprendieron. Pero nada justifica las mentiras con las que construyeron su fama. Porque esas mentiras dejaron huella en miles de personas.

No se trata de juzgar a nadie, pero sí de dejar claro que la invención y la difamación no son el camino. Que engañar no es una base válida para dedicarse al misterio. Y que el daño ya estaba hecho mucho antes de que decidieran ponerse serios.

El peligro de la inteligencia artificial

Y si ya era fácil inventar antes, hoy con la inteligencia artificial lo es aún más. Voces, imágenes, sombras, todo puede generarse en segundos. Eso significa que cada vez será más difícil distinguir lo real de lo ficticio.

Por eso la honestidad es ahora más urgente que nunca. Porque si alguien decide engañar, las herramientas que tiene en sus manos lo hacen casi imparable. Y quienes terminan sufriendo siguen siendo los mismos: los espectadores que confían.

El respeto que merecemos todos

Al final, lo que pido no es complicado. Pido respeto. Respeto para la parapsicología, respeto para las personas, respeto para los propios espíritus. Respeto para una tradición que nos acompaña desde tiempos antiguos y que merece ser tratada con seriedad.

Convertir el misterio en un circo de likes es perder lo poco que hemos avanzado en su comprensión. Y es, sobre todo, faltarle el respeto a quienes de verdad creen, sienten o han vivido experiencias que no encuentran explicación.

Mi postura es clara

No titubeo: no estoy de acuerdo con quienes inventan historias de espíritus y las venden como reales en redes sociales. No lo justifico, no lo aplaudo, no lo romantizo. Me parece una falta de honradez, un daño innecesario y una traición al sentido profundo de lo invisible.

No quiero enemigos, pero tampoco quiero callar. Porque el silencio ante la mentira es complicidad. Y si algo tengo claro es que la parapsicología, el misterio y el respeto por lo espiritual no merecen ser juguetes de nadie.

Así que, si alguien decide inventar, que invente. Pero que lo diga. Que tenga la decencia de reconocer que está contando una historia ficticia. Solo así podremos separar lo que es espectáculo de lo que es investigación. Solo así podremos proteger a quienes, con buena fe, se acercan al misterio buscando respuestas, no engaños.

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