Lo que piensan de ti no es lo que eres

Cuando te miran desde sus sombras

Vivimos rodeados de ojos. Ojos que observan, que analizan, que comparan. Algunos lo hacen con curiosidad, otros con recelo. Algunos desde el amor, otros desde la envidia. Lo cierto es que vivimos más juzgados que conocidos. Más criticados que comprendidos.
Y lo aceptamos. Lo toleramos. A veces, incluso lo fomentamos.

Desde pequeños nos enseñan a agradar, a complacer, a portarnos “como se debe”. A decir lo correcto, a vestir lo apropiado, a no levantar demasiado la voz, a no destacar demasiado… ni por arriba ni por abajo. A ser medianos. Y sobre todo, a no incomodar.

Pero ¿quién decide qué está bien y qué no? ¿Quién marca la línea de lo aceptable?
Y lo más importante: ¿por qué permitimos que esas opiniones pesen más que nuestra propia verdad?

Los jueces invisibles

Es curioso cómo la mayoría de las personas no soportan ser juzgadas… pero juzgan sin parar.
Juzgan cómo vistes, cómo hablas, lo que sueñas, lo que haces con tu cuerpo, con tu tiempo, con tu dinero, con tus emociones.
Como si tu vida fuera un escaparate para su entretenimiento.
Como si sus pensamientos tuvieran algún tipo de poder legítimo sobre tu existencia.

¿Sabes lo que hay detrás de eso? Proyección.
La gente no te ve como eres, te ve como puede verte.
Y si lo que haces, dices o eres les confronta, les duele, les remueve… entonces se defienden atacándote. Porque es más fácil decir “tú estás mal” que enfrentarse a su propio vacío.

Hay personas que no soportan verte feliz porque ellas no lo son.
Hay personas que no soportan que te muestres libre porque ellas viven atadas.
Hay personas que no soportan que no necesites aprobación… porque ellas viven de eso.

La imagen que proyectas no siempre es la que reciben

Podrías pasar la vida entera tratando de dar una buena impresión, y aún así, habría quien solo vea lo que quiere ver. Porque la imagen que proyectas se filtra por el estado mental de quien la recibe.

– Si esa persona vive desde la carencia, lo que tú tienes será “demasiado”.
– Si vive desde la inseguridad, tu confianza será “soberbia”.
– Si vive desde el miedo, tu libertad será “una amenaza”.
– Si vive desde el ego, tu autenticidad será “una provocación”.

Y tú podrías desgastarte explicándote, justificándote, rebajándote… para que no moleste. Pero ¿a qué precio? ¿Cuánto de ti estás dispuesta a sacrificar para que otros se sientan cómodos en su ignorancia?

Lo que dicen de ti, no habla de ti

Hay una verdad incómoda que cuesta aceptar:
lo que dicen de ti, habla más de ellos que de ti.
Habla de su nivel de conciencia, de su educación emocional, de sus propias heridas.
Tú puedes ser la misma persona con tres personas distintas… y cada una tendrá una versión diferente de ti.

Y ninguna será la verdad completa.

La única verdad válida es la que tú sabes. La que te construyes día a día. La que no necesita aplausos, ni likes, ni validación.

Porque cuando vives según tu criterio, puede que te juzguen… pero también te liberas.

Dejar de vivir en función de los demás

Hay un punto en la vida en el que te cansas. Te cansas de intentar agradar, de silenciarte para no molestar, de medir cada paso. Y entonces, decides que no vas a esperar más.

No vas a pedir permiso para vivir tu vida.

Y claro que eso incomoda. Porque cuando alguien empieza a vivir desde la verdad, deja en evidencia a los que aún viven desde la mentira.
Y eso duele. Y por eso atacan. Pero no es tu batalla.

Tu única responsabilidad es contigo. Con lo que sabes que eres. Con lo que estás siendo y lo que estás aprendiendo. Lo demás, que hablen. Que miren. Que inventen.

No es soberbia. Es dignidad.

Ser tú misma no es arrogancia, es autenticidad.
No tener miedo al juicio no es soberbia, es libertad.
Poner límites no es egoísmo, es amor propio.

Vivimos en una sociedad que enseña a callar, a disimular, a no destacar. Pero también estamos despertando. Y tú puedes ser parte de ese cambio.

No te disculpes por ser tú.
No te disculpes por brillar.
No te disculpes por dejar de pedir permiso.

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